martes, 4 de mayo de 2010

Amantes silenciosos (IV)

Mis ansias buscaron sus labios para secarlos, y mientras él se posicionaba encima de mí, iba adentrando su pene lentamente en mi interior estremeciéndome. Profundizaba con su deliciosa verga llenando mi pozo húmedo al mismo tiempo que yo lamía sus labios como una gatita sometida. Cuando creí que terminaba de penetrarme, de golpe sentí como empujaba con fuerza metiéndome hasta el final de su hermoso rabo. Aquello hizo que lanzara un gemido y que mi cuerpo se doblegara ante tanto vigor. Una tras otra fueron sucediéndose las sacudidas elevando mi gozo, que zarandeándome con sus embestidas salvajes los orgasmos fueron sucediéndose sin pausa hasta que perdí la conciencia.
Quise regalarle algo tan preciado como lo que él me había estado dando durante lago tiempo y como entendiéndolo, me soltó de mis deseadas ataduras. Me posicioné de espaldas a él con las manos sujetando el metal del cabecero e hincado las rodillas en la cama, dejé mis nalgas expuestas a su merced. Empezó a recorrer mi espalda con su labios buscado el lugar de mi regalo. Al llegar a mi culito lo besó y dio unos mordiscos que me encantaron. Tras aquello, sentí como sus manos azotaban mis cachetes con rigor y eso alimentó aún más mis deseos. Grité de placer al sentir como también era azotado mi clítoris que estaba en su plenitud. Volvieron mis orgasmos cuando sus labios se sumieron en mi sexo lamiendo cada milímetro de la piel y secando mi lago caliente con su lengua. Cuando noté que la humedad de la punta de su lengua penetraba en la oscuridad de mi culito, aquello me sobrecogió tanto que yo misma empujaba para que la introdujera más profunda.
Durante un rato sentí morir de placer y pensé que no podría resistir más, hasta que de repente cesó con su lengua. Tomó su regalo con ternura poniendo la punta de su pene en la entrada de mi culito. Fui sintiendo como presionaba lentamente abriéndose paso centímetro a centímetro. Dejándome penetrar perdí la cordura, enloquecí de placer cuando llegó al tope y sentí como sus testículos golpearon mi clítoris.
Miré su rostro que denotaba furia por empezar a poseerme con rabia, pero supe que antes quería hacerme sufrir en esa lentitud para que le sintiera. Sus movimientos fueron acelerándose y su ímpetu parecía querer partirme en dos El placer era tan inmenso que ya no tenía fuerzas para sujetarme y me dejé caer. Durante un tiempo todo se repitió hasta que noté que Adrián no se haría esperar y ayudándole moví mis caderas presionando su cuerpo contra mí, hasta que ambos nos unimos en gritos de placer como si de dos lobos se tratara.

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