miércoles, 19 de mayo de 2010

Silencio

-No dije que lo sabía, no era el momento
-Nunca hay momentos para ti !Como si vivieras sólo! ¿Ahora sí?
-Dame tu mano, cierra los ojos- se prolongó un silencio- escúchame con atención, déjate llevar por mis latidos y embriágate de mis sentimientos.
Silencio que rompo cada día sentándome a su lado para continuar con el libro que estamos leyendo; que desgarro con mis sonrisas al contarle como fue mi día de trabajo; que adorno con una rosa cogida de nuestro jardín de sueños; que odio cuando cogió mi mano y me dijo que le quedaban sólo unos meses de aliento.

La puerta del armario

No dije que lo sabía, fuiste tú quien me lo dijo aquel día que hablabas de la pareja y como te gustaría que fuera. Noté como hacías énfasis en aquel carpintero, de hombros de centurión y cuerpo de David.
El romanticismo ha sido algo innato en ti, aún recuerdo cuando me preguntabas ¿por qué los teletubbies no se ponían calzoncillos o por qué no se les veía su pajarito y su rajita?
He supuesto que aquel nuevo armario que te montó fue determinante. Hijo solo te digo que conmigo no tienes que esconderte, pero tu padre es otra cosa. (M. Cas)

jueves, 6 de mayo de 2010

El verdugo

Hasta que decidimos volver a colgarla en la pared donde daba el sol de la mañana; sin el cristal, para que la luz fuese el verdugo purificador. Sus poderes procedían de ultratumba, regresando cada noche para infligirnos castigos crueles como antes de morir. Aquella noche el retrato del abuelo desapareció de la pared y escuchamos un quejido junto a su voz impotente que decía:
- De mí no podréis deshaceros mientras me recordéis, os mostraré el infierno donde me habéis colgado.
Al amanecer el retrato apareció con la imagen borrada por el sol. Y decidimos enseñar el camino hacia la luz a la sumisa de la abuela. (M. Cas)

Fantasías marcianas

Hasta que decidimos volver a colgarla en la pared, una foto que aparecíamos todos los hermanos. Retrocedí a mis tres años cuando en mis primeros pinitos como gimnasta, me rompí el brazo dando una voltereta en un sillón. Mis lloros cesaron cuando llegamos a lo que parecía otro planeta, donde unos marcianos vestidos de verde me miraban y sonreían. Después me subieron en una nave espacial para hacerme fotografías con luces resplandecientes. El viaje acabó cuando un extraterrestre de bata blanca me dijo que no podía mover el brazo dejándolo como un guante blanco, pero a cambio me dio una piruleta. Miro la foto y entiendo porqué soy astronauta.

El pavo real

Hasta que decidimos volver a colgarla en la pared la pluma de pavo real que nos regaló el chico guapo, encargado de las pajareras del zoológico.
La quitamos porque aquel círculo de colores, por la noche parecía tomar vida, como si fuese un ojo. Dialogamos que era lo que nos hacía sentir aquella pluma. Pensé que a todas nos daba miedo, pero comprendí que ese círculo celeste nos recordaba a los ojos de aquel chico, aunque todas lo negábamos. Lo que no sabían mis hermanas era que él me había regalo una alianza de compromiso, que por cierto ahora que lo pienso, es idéntica a las que ellas tienen. (M.Cas)

martes, 4 de mayo de 2010

Amantes silenciosos (I)

Desnuda frente al espejo susurro con calidez su nombre. Al mismo tiempo, mis recuerdos se apoderan de mis deseos de ser nuevamente poseída por Adrián. Al ver mi figura reflejada, mis manos comienzan a deleitarse recorriendo mi piel morena que realza mis senos ovalados, como unos limones maduros con sus puntas erectas apuntando al cielo, esperando algún roce que me deleite. Más abajo, un piercing adorna mi ombligo incitando a ser lamido para darme placer en cada cimbreo. Mis ojos rasgados resplandecen tras el cristal haciendo su celeste más limpio al contemplar mi pubis; en parte rasurado que deja entrever una franja a modo de señal, anunciando dónde está mi secreto más preciado. Las curvas de mis caderas se prolongan serpenteantes en perfecta armonía hasta llegar a mis tobillos, donde las hebillas de los zapatos de tacón de aguja se abrochan, regalándome aún más la sensación de largura de mis piernas, alentándome a acariciarlas. Cerré los ojos y mi mente me desplazó a aquellos momentos donde todo empezó.
Fue el ruido de los de las mudanzas lo que me despertó y me asomé a curiosear, pero no advertí nada interesante, a pesar de que eran chicos jóvenes y atléticos, con sus camisetas ajustadas y mojadas por el esfuerzo que marcaban sus músculos. Al salir a la calle y al girarme tras cerrar la puerta, me encontré de frente con aquel hombre que subía hacia su nueva casa. La impresión que me provocó el tenerle tan cerca y contemplar aquellos ojos tan intensos, me hizo intuir lo que podría ser su interior. Experimenté algo que nunca había imaginado. Disculpándose me cedió el paso pero algo sucedió que me quedé paralizada unos segundos, los cuales él aprovechó para presentarse.
-Hola soy Adrián su nuevo vecino- dijo mientras me tendía la mano.
-Hola, yo soy Eva-. Al escuchar su voz, sentí estremecer algo dentro mí
La calidez de su mano y la delicadeza con la que me la tomó casi me hicieron estremecer y más aún, cuando se quedó mirándome a los ojos y presentí que él había intuido en mí la atracción que había provocado. Sin saber que decir salí atropelladamente hacia la calle, sabiendo que miraba como me marchaba. En esa huida quise evitar el movimiento de mis caderas, pero cuanto más lo pensaba menos dominaba mi culito que se balanceaba provocativamente haciéndome ruborizar... (continuará)

Amantes silenciosos (II)

Habían trascurrido unas semanas en las cuales cada día le veía salir. Al principio buscaba una respuesta a esas sensaciones que experimentaba. No podía creer que mi corazón se hubiese fijado en un hombre mayor que podría ser mi padre, en cambio esa mezcla de cabellos negros adornados de blanco lo hacían ser tan interesante…
Alguna vez en la cocina le veía desde mi ventana y no podía resistirme a acariciarme, imaginando que él me veía mientras desabrochaba mi blusa liberando mis pechos para acariciarlos. Cerrando los ojos, me dejaba llevar por esas fantasías en las que jugaba con mi cuerpo usando juguetes que improvisaba de la cocina. Como lo fue la maza de madera que me deleitó en infinitas ocasiones con múltiples orgasmos. Pero nada se pudo comparar con la sensación de sentirme amenazada con una navaja con la que Adrián robaba mi voluntad para poseerme. Mi cuerpo languidecía sólo de pensar que estuviera viéndome masturbar. Aún recuerdo como me humedecía con cada pensamiento que tenía. No podía creer que sólo unos pensamientos pudieran hacerme sentir tales goces y esos mismos, me animaran a acercarme a él.
Regresaba aquel día de trabajar, cuando percibí que entraba al portal del edificio acompañado de una chica de mi edad que parecía muy feliz jugueteando con sus manos. La sentí mi competidora y más aún al verla tan guapa y atractiva. No sé que me pasó pero mis celos brotaron rabiosos, a pesar de saber que no era nada mío. Él le abría la puerta de entrada cediéndole el paso, mientras lo hacía giró su cabeza para mirarme; creo que imaginó lo que mis ojos reflejaban a pesar de regalarle una sonrisa imitada. Pensar que pudiera ser su novia me irritaba, pero lo que sentía como un engaño curiosamente removía en mí el deseo de poseerle y sin saber porqué, se humedecía mi sexo. Estaba dispuesta a saber todas las respuestas a mis preguntas y para ello debía buscar una situación adecuada.
Aquel día, sabiendo a la hora que llegaba, le esperé impacientemente sin saber que podía pasar. Al oír que entraba, abrí mi puerta aparentando que salía, cuando Adrián me saludó con una sonrisa y nos miramos. En aquel momento deseé que la tierra me tragara, me flaquearon las piernas aunque lo disimulé apoyándome en la puerta. Durante un minuto nos quedamos en silencio, parecía que el mundo se había parado para nosotros y sin saber qué decir, esperé a que él dijera algo hasta que su voz relajada rompió el momento.
-Eva, creo que compartimos un mismo sueño ¿Querrías hacerlo realidad conmigo? (continuará...)

Amantes silenciosos (III)

Parecía como si nuestras mentes se hubiesen unido en ese instante, pues sin dejar de mirarle asentí con la cabeza y él me ofreció su mano para acompañarle a su casa. Nada más entrar rebusqué alguna señal femenina mientras él se plantaba frente a mí, cuando le pregunté:
-¿Quién era aquella chica tan guapa que iba contigo?
- Gracias, es mi hija -Tras una pausa añadió- Que me visitó para conocer mi nueva casa.
Tuvo que notar como mi expiración fue larga y relajante. Acto seguido me enseñó su cocina y mi mirada se clavó justamente sobre dos objetos que fueron fruto de mis fantasías. Creo que en ese momento debió notar como me ruborizaba. Alcanzó a cogerlos y pensé que era para guardarlos, cuando insinuante, me mostró la maza que aún tenía la etiqueta puesta y dijo:
-La compré pensando que la podría necesitar.
Aquella respuesta me puso nerviosa y por inercia respondí un largo “no” que después cambié a un suavizado “sí”.
En cambio el estilete lo cerró y sin dar importancia lo guardó en su bolsillo. Aquella acción creó en mí una sensación cálida, notando que empezaba a humedecerme. Segundos más tarde se acercó y sin mediar palabra, acomodó sus labios entre los míos con tanta pasión como lo había soñado. Me dejé llevar por su lengua que penetró en mi boca provocando un escalofrío que recorrió mi cuerpo. Sus brazos me rodearon elevándome para caminar. Abrí mis piernas abrazándole la cintura mientras gozaba de aquel primer beso. Me llevó a su alcoba depositándome en su cama. Las sábanas eran de seda, todo el entorno parecía preparado para pecar. El deseo rabioso se apoderó de los dos con un nuevo beso y comenzó a quitarme la blusa dejando mis pezones puntiagudos al fresco. Sin dejar de sentir su lengua batiéndola en mi boca, me sujetó las manos llevándolas al cabecero de la cama y pude ver como se quitaba la corbata para anudar mis manos contra el metal; pensaba que me lo había leído de la mente. Cuando empezó acariciar mis pechos supe entonces que no podría resistirme. Mas aún cuando su lengua empezó a deslizarse por mi barbilla para bajar por mi cuello que aprovechó para mordisquearlo. Su aliento sobre mi piel me excitaba más a cada instante, poco a poco sus labios se posaron en mis pezones castigándolos con lametones que los hacía cimbrear. Yo deseaba que los mordiera, ya que si lo hacía sabía que podía sentir un orgasmo. De repente paró de lamer un segundo.
Inquieta por esa pausa le miré y vi como sacaba el estilete de su bolsillo. El filo de su navaja brilló y lo llevó a su boca para lamerlo, después lo acercó a mis pechos y pude sentir el tacto frío del acero. La excitación mezclada con el peligro hacía el momento muy erótico. Tuve que cerrar los ojos y confiar en él, de otra manera hubiese gritado. Poco después acercó su navaja a mi cuello donde sentí la punta penetrar y la hoja deslizarse, un ínstate después la sensación de que un líquido cálido bajaba hacia mis pechos me alertó pero no había sentido dolor, al contrario, aún estaba más excitada cuando noté que una gotas caían en mis labios. Al abrir los ojos vi como de la punta del estilete caía algo que supuse que sería su propia saliva. Le miré un instante mientras nacía de mi interior una reacción salvaje, que me llevó a elevarme para besarle. Pero la pasión se volvió furia y le mordí el labio, rajándoselo. La sangre brotó con rapidez y al apartarme noté su sangre caliente en mis labios, pero él ni se inmutó.
Mientras yo me relamía seductoramente, él terminaba de quitarme la ropa al mismo tiempo que me abría de piernas y se desnudaba dejándome ver lo que tanto anhelé desde mi cocina. Arrodillándose ante mi cuerpo, acercó su rostro dejando caer unas gotas de sangre en mis labios. Muy excitada las relamí... (continuará)

Amantes silenciosos (IV)

Mis ansias buscaron sus labios para secarlos, y mientras él se posicionaba encima de mí, iba adentrando su pene lentamente en mi interior estremeciéndome. Profundizaba con su deliciosa verga llenando mi pozo húmedo al mismo tiempo que yo lamía sus labios como una gatita sometida. Cuando creí que terminaba de penetrarme, de golpe sentí como empujaba con fuerza metiéndome hasta el final de su hermoso rabo. Aquello hizo que lanzara un gemido y que mi cuerpo se doblegara ante tanto vigor. Una tras otra fueron sucediéndose las sacudidas elevando mi gozo, que zarandeándome con sus embestidas salvajes los orgasmos fueron sucediéndose sin pausa hasta que perdí la conciencia.
Quise regalarle algo tan preciado como lo que él me había estado dando durante lago tiempo y como entendiéndolo, me soltó de mis deseadas ataduras. Me posicioné de espaldas a él con las manos sujetando el metal del cabecero e hincado las rodillas en la cama, dejé mis nalgas expuestas a su merced. Empezó a recorrer mi espalda con su labios buscado el lugar de mi regalo. Al llegar a mi culito lo besó y dio unos mordiscos que me encantaron. Tras aquello, sentí como sus manos azotaban mis cachetes con rigor y eso alimentó aún más mis deseos. Grité de placer al sentir como también era azotado mi clítoris que estaba en su plenitud. Volvieron mis orgasmos cuando sus labios se sumieron en mi sexo lamiendo cada milímetro de la piel y secando mi lago caliente con su lengua. Cuando noté que la humedad de la punta de su lengua penetraba en la oscuridad de mi culito, aquello me sobrecogió tanto que yo misma empujaba para que la introdujera más profunda.
Durante un rato sentí morir de placer y pensé que no podría resistir más, hasta que de repente cesó con su lengua. Tomó su regalo con ternura poniendo la punta de su pene en la entrada de mi culito. Fui sintiendo como presionaba lentamente abriéndose paso centímetro a centímetro. Dejándome penetrar perdí la cordura, enloquecí de placer cuando llegó al tope y sentí como sus testículos golpearon mi clítoris.
Miré su rostro que denotaba furia por empezar a poseerme con rabia, pero supe que antes quería hacerme sufrir en esa lentitud para que le sintiera. Sus movimientos fueron acelerándose y su ímpetu parecía querer partirme en dos El placer era tan inmenso que ya no tenía fuerzas para sujetarme y me dejé caer. Durante un tiempo todo se repitió hasta que noté que Adrián no se haría esperar y ayudándole moví mis caderas presionando su cuerpo contra mí, hasta que ambos nos unimos en gritos de placer como si de dos lobos se tratara.