martes, 4 de mayo de 2010

Amantes silenciosos (I)

Desnuda frente al espejo susurro con calidez su nombre. Al mismo tiempo, mis recuerdos se apoderan de mis deseos de ser nuevamente poseída por Adrián. Al ver mi figura reflejada, mis manos comienzan a deleitarse recorriendo mi piel morena que realza mis senos ovalados, como unos limones maduros con sus puntas erectas apuntando al cielo, esperando algún roce que me deleite. Más abajo, un piercing adorna mi ombligo incitando a ser lamido para darme placer en cada cimbreo. Mis ojos rasgados resplandecen tras el cristal haciendo su celeste más limpio al contemplar mi pubis; en parte rasurado que deja entrever una franja a modo de señal, anunciando dónde está mi secreto más preciado. Las curvas de mis caderas se prolongan serpenteantes en perfecta armonía hasta llegar a mis tobillos, donde las hebillas de los zapatos de tacón de aguja se abrochan, regalándome aún más la sensación de largura de mis piernas, alentándome a acariciarlas. Cerré los ojos y mi mente me desplazó a aquellos momentos donde todo empezó.
Fue el ruido de los de las mudanzas lo que me despertó y me asomé a curiosear, pero no advertí nada interesante, a pesar de que eran chicos jóvenes y atléticos, con sus camisetas ajustadas y mojadas por el esfuerzo que marcaban sus músculos. Al salir a la calle y al girarme tras cerrar la puerta, me encontré de frente con aquel hombre que subía hacia su nueva casa. La impresión que me provocó el tenerle tan cerca y contemplar aquellos ojos tan intensos, me hizo intuir lo que podría ser su interior. Experimenté algo que nunca había imaginado. Disculpándose me cedió el paso pero algo sucedió que me quedé paralizada unos segundos, los cuales él aprovechó para presentarse.
-Hola soy Adrián su nuevo vecino- dijo mientras me tendía la mano.
-Hola, yo soy Eva-. Al escuchar su voz, sentí estremecer algo dentro mí
La calidez de su mano y la delicadeza con la que me la tomó casi me hicieron estremecer y más aún, cuando se quedó mirándome a los ojos y presentí que él había intuido en mí la atracción que había provocado. Sin saber que decir salí atropelladamente hacia la calle, sabiendo que miraba como me marchaba. En esa huida quise evitar el movimiento de mis caderas, pero cuanto más lo pensaba menos dominaba mi culito que se balanceaba provocativamente haciéndome ruborizar... (continuará)

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