martes, 4 de mayo de 2010

Amantes silenciosos (III)

Parecía como si nuestras mentes se hubiesen unido en ese instante, pues sin dejar de mirarle asentí con la cabeza y él me ofreció su mano para acompañarle a su casa. Nada más entrar rebusqué alguna señal femenina mientras él se plantaba frente a mí, cuando le pregunté:
-¿Quién era aquella chica tan guapa que iba contigo?
- Gracias, es mi hija -Tras una pausa añadió- Que me visitó para conocer mi nueva casa.
Tuvo que notar como mi expiración fue larga y relajante. Acto seguido me enseñó su cocina y mi mirada se clavó justamente sobre dos objetos que fueron fruto de mis fantasías. Creo que en ese momento debió notar como me ruborizaba. Alcanzó a cogerlos y pensé que era para guardarlos, cuando insinuante, me mostró la maza que aún tenía la etiqueta puesta y dijo:
-La compré pensando que la podría necesitar.
Aquella respuesta me puso nerviosa y por inercia respondí un largo “no” que después cambié a un suavizado “sí”.
En cambio el estilete lo cerró y sin dar importancia lo guardó en su bolsillo. Aquella acción creó en mí una sensación cálida, notando que empezaba a humedecerme. Segundos más tarde se acercó y sin mediar palabra, acomodó sus labios entre los míos con tanta pasión como lo había soñado. Me dejé llevar por su lengua que penetró en mi boca provocando un escalofrío que recorrió mi cuerpo. Sus brazos me rodearon elevándome para caminar. Abrí mis piernas abrazándole la cintura mientras gozaba de aquel primer beso. Me llevó a su alcoba depositándome en su cama. Las sábanas eran de seda, todo el entorno parecía preparado para pecar. El deseo rabioso se apoderó de los dos con un nuevo beso y comenzó a quitarme la blusa dejando mis pezones puntiagudos al fresco. Sin dejar de sentir su lengua batiéndola en mi boca, me sujetó las manos llevándolas al cabecero de la cama y pude ver como se quitaba la corbata para anudar mis manos contra el metal; pensaba que me lo había leído de la mente. Cuando empezó acariciar mis pechos supe entonces que no podría resistirme. Mas aún cuando su lengua empezó a deslizarse por mi barbilla para bajar por mi cuello que aprovechó para mordisquearlo. Su aliento sobre mi piel me excitaba más a cada instante, poco a poco sus labios se posaron en mis pezones castigándolos con lametones que los hacía cimbrear. Yo deseaba que los mordiera, ya que si lo hacía sabía que podía sentir un orgasmo. De repente paró de lamer un segundo.
Inquieta por esa pausa le miré y vi como sacaba el estilete de su bolsillo. El filo de su navaja brilló y lo llevó a su boca para lamerlo, después lo acercó a mis pechos y pude sentir el tacto frío del acero. La excitación mezclada con el peligro hacía el momento muy erótico. Tuve que cerrar los ojos y confiar en él, de otra manera hubiese gritado. Poco después acercó su navaja a mi cuello donde sentí la punta penetrar y la hoja deslizarse, un ínstate después la sensación de que un líquido cálido bajaba hacia mis pechos me alertó pero no había sentido dolor, al contrario, aún estaba más excitada cuando noté que una gotas caían en mis labios. Al abrir los ojos vi como de la punta del estilete caía algo que supuse que sería su propia saliva. Le miré un instante mientras nacía de mi interior una reacción salvaje, que me llevó a elevarme para besarle. Pero la pasión se volvió furia y le mordí el labio, rajándoselo. La sangre brotó con rapidez y al apartarme noté su sangre caliente en mis labios, pero él ni se inmutó.
Mientras yo me relamía seductoramente, él terminaba de quitarme la ropa al mismo tiempo que me abría de piernas y se desnudaba dejándome ver lo que tanto anhelé desde mi cocina. Arrodillándose ante mi cuerpo, acercó su rostro dejando caer unas gotas de sangre en mis labios. Muy excitada las relamí... (continuará)

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