martes, 4 de mayo de 2010

Amantes silenciosos (II)

Habían trascurrido unas semanas en las cuales cada día le veía salir. Al principio buscaba una respuesta a esas sensaciones que experimentaba. No podía creer que mi corazón se hubiese fijado en un hombre mayor que podría ser mi padre, en cambio esa mezcla de cabellos negros adornados de blanco lo hacían ser tan interesante…
Alguna vez en la cocina le veía desde mi ventana y no podía resistirme a acariciarme, imaginando que él me veía mientras desabrochaba mi blusa liberando mis pechos para acariciarlos. Cerrando los ojos, me dejaba llevar por esas fantasías en las que jugaba con mi cuerpo usando juguetes que improvisaba de la cocina. Como lo fue la maza de madera que me deleitó en infinitas ocasiones con múltiples orgasmos. Pero nada se pudo comparar con la sensación de sentirme amenazada con una navaja con la que Adrián robaba mi voluntad para poseerme. Mi cuerpo languidecía sólo de pensar que estuviera viéndome masturbar. Aún recuerdo como me humedecía con cada pensamiento que tenía. No podía creer que sólo unos pensamientos pudieran hacerme sentir tales goces y esos mismos, me animaran a acercarme a él.
Regresaba aquel día de trabajar, cuando percibí que entraba al portal del edificio acompañado de una chica de mi edad que parecía muy feliz jugueteando con sus manos. La sentí mi competidora y más aún al verla tan guapa y atractiva. No sé que me pasó pero mis celos brotaron rabiosos, a pesar de saber que no era nada mío. Él le abría la puerta de entrada cediéndole el paso, mientras lo hacía giró su cabeza para mirarme; creo que imaginó lo que mis ojos reflejaban a pesar de regalarle una sonrisa imitada. Pensar que pudiera ser su novia me irritaba, pero lo que sentía como un engaño curiosamente removía en mí el deseo de poseerle y sin saber porqué, se humedecía mi sexo. Estaba dispuesta a saber todas las respuestas a mis preguntas y para ello debía buscar una situación adecuada.
Aquel día, sabiendo a la hora que llegaba, le esperé impacientemente sin saber que podía pasar. Al oír que entraba, abrí mi puerta aparentando que salía, cuando Adrián me saludó con una sonrisa y nos miramos. En aquel momento deseé que la tierra me tragara, me flaquearon las piernas aunque lo disimulé apoyándome en la puerta. Durante un minuto nos quedamos en silencio, parecía que el mundo se había parado para nosotros y sin saber qué decir, esperé a que él dijera algo hasta que su voz relajada rompió el momento.
-Eva, creo que compartimos un mismo sueño ¿Querrías hacerlo realidad conmigo? (continuará...)

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