¡Imbéciles! Retumba en mi mente el recuerdo de sus gritos, mientras la rescataba de una bandada de palomos, que la incordiaban levantándole la falda. Sus coletas, la falda de tablas y la mirada por encima de sus gafas, no delataban los treinta años que tenía. Fue coincidencia que yo fuese vestido con toga y birrete.
Se acerca el tiempo pagano de cuaresma y empiezo a pensar que le propondré este año, algo donde ella lleve faldas como ir de sacerdote y monja o de señorito y sirvienta, con la sorpresa de que pareceremos dos imbéciles celebrándolo en los carnavales de Cádiz.
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