domingo, 11 de abril de 2010

Dolor de hija

Seguimos sin hablarnos y continúo mirando las manetas del reloj. No lo soporto, si pasa una hora más este silencio esta vez si que me voy de casa. La impaciencia de esos momentos me remordía la conciencia a pesar de que no había echo nada. Nada imperdonable. Cuando mi madre me veía en esa desesperación entonces un abrazo hacía la reconciliación. Y yo pensaba, puff... ya esta, no lo haré más. Ella es poseedora de un arma muy poderosa, como yo sé hoy que esa misma arma fue la que me hizo entender cuanto me quería.

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