viernes, 4 de junio de 2010

Mataratas

La cena se enfriaba en la mesa, las manecillas del reloj parecían no moverse junto con aquel silencio ceremonial que increpaba mis nervios. Cada uno sentado en su lugar, esperábamos ver quién se atrevería a comer el primero. Cuando mi marido después de unas palabras recordatorias terminó persignándose, todo respondimos amén y esperamos que él iniciara su cena. Aquella tradición era de las cosas que no soportaba y recordé los apuntes de mi viejo diario, donde había escrito como quería que fuera mi príncipe azul, nada de lo escrito se asemejaba a aquel hombre y le miré sabiendo que aquellos polvos en su cena serian mi liberación. (M. Cas)

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