lunes, 19 de octubre de 2009

El ermitaño

Fresca, brillante, antihistamínica son las aguas que bajaban de la montaña ahogando los guijarros blancos que parecían gemas. Los peregrinos acudían para llenar los recipientes y aliviar sus males, ya que la fe reanima hasta los muertos. Desde niño bebía de aquel manantial y encontré que la armonía también estaba en la promiscuidad de los colores verdes entremezclados con las flores, que las acariciaba el aire que bajaba del mismo cielo que hacían del lugar un misterio mágico. Esa energía llenaba mi cuerpo dándole vitalidad a mis más de ciento cincuenta años. Mi fortuna era tenerla a ella y yo soy su quimera.(Manuel Cas)

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