Rutinariamente, intercambió sus pulseras identificativas. Compartió habitación con Juan, un niño de mirada triste, languidecido cuerpo y debilitado hálito debido a su tratamiento de quimioterapia. En sus ojos veía sus ganas de viajar a un mundo del cual él tenía la llave y sin dudarlo, cuando dormía, le ponía su pulsera para cederle su billete con el celador con destino a la rehabilitación.
hola tenemos el mismo nombre saludos
ResponderEliminarLa coincidencia es síntoma de buen gusto. Espero que tu blog tenga la repercusión que esperas.
ResponderEliminarUn saludo y suerte. Manuel Cas