Como tantas veces había hecho de niño volví a reír con los payasos, cuando el payaso avispado le fue dar un guantazo al atolondrado y este falló haciendo un giro. Este otro, aprovechó para estamparle una tarta en cara. Aun disfruté más cuando veía reír a mi hijo con lagrimas en los ojos e intentados contarme lo que le hacia gracia. Al salir del circo me cogió de la mano arrastrándome por cada atracción de feria. Cada momento que viví me enseño que podía volver a ser feliz aunque su madre y yo no estemos juntos. Aquella noche el insomnio se esfumó y dormí como un bebé.
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