A paso lento me encaminaba hasta la estación donde debía coger mi tren hacia un destino incierto. Rebuscaba entre la gente un motivo para no partir, la inquietud me asfixiaba al acercarme al andén y mis pasos se ralentizaban.
Veía como la gente se movía con prisa a mí alrededor. El reloj marca las seis mientras la última llamada por megafonía anunciaba que mi tren salía. Indeciso posé mi pie en el escalón y miré hacia atrás recordando que allí dejaba la historia de mi vida y nadie me despedía, tras setenta años volvía sobre mis pasos. (M. Cas)